FIESTITAS
“Por
favor... los finalistas del campeonato de paellas con obstáculos y los
seleccionados para el concurso de siestas por parejas, por favor, acérquense al
escenario, por favor”, redunda el organizador con el megáfono pegado a mi
oreja.
- Disculpa
- digo con suavidad - ¿el torneo de asesinos de pelmas con megáfono ha empezado
ya o hay que esperar a que llegue la UVI móvil?
Mientras el
muchacho se aleja mugiendo cosas como “atápoculo soborde” y otras imágenes
poéticas igualmente sutiles, dirijo una mirada bovina a mi alrededor, ordeño mi
mala leche y rumio mi venganza. No puedo evitarlo: las reuniones
multitudinarias me llevan siempre a reflexionar en términos agropecuarios.
“Perdone
¿Sabe dónde está el vicerrector?”
- El título
me suena mucho, pero si no me la tarareas no caigo - respondo decadente.
El chiste
es muy viejo. La chica es muy joven. El desencuentro es absoluto. Ni siquiera
se molesta en escupirme antes de darme la espalda.
Marcha,
priva, tías... decía el lince de Genaro cuando preparó el plan. Pero él no ha
venido y yo sólo he conseguido un par de pegatinas de una emisora de FM, una
gorra de una marca de pitillos y un póster de Miguel Induráin... y ni siquiera
está desnudo.
“Chssst.
Oche colega, aquí es lo del chou ése de los estudiantes ¿eh que sí?”, me
pregunta un esperanzado fósil con chupa de cuero cuando salgo derrotado del
recinto.
- Chachi
que sí, tronco - le miento - Mola un mazo ¿vale? Una movida guapa quetecagash.
Y si le
toca afinar el karaoke que se joda. Alguien tiene que hacerse cargo del mal
rollo mientras yo me voy al bingo a envejecer con un poco de dignidad.
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REGALOS
"Pero
¿quiere un perfume para chica joven o para señora mayor?"
- ¿Y qué
más da la edad? - contesto fatigado - yo sólo quiero que de cuando en cuando
ella huela bien, para variar.
Después de
someterme al tercer grado para venderme una puñetera colonia, la dependienta
también se siente cansada. Coge sin mirar uno de los frascos del mostrador,
deja caer una gota en el dorso de su mano y la acerca a mi nariz. Opto por ser
positivo: le beso la mano, la pido en matrimonio y salgo corriendo antes de que
pueda responder.
Mis
zancadas me llevan tontamente hasta la sección de bricolage. En un espejo
observo que un inquieto guardia jurado me sigue con la misma serenidad que un
legionario en una fiesta de moñas. Mejor: si las malditas compras navideñas van
a provocarme un ataque de nervios, prefiero compartirlo con alguien.
- Quiero un
juego de destornilladores. Y si me preguntas si es para un chico joven o para
un hombre mayor, te romperé un brazo - manifiesto con saña exquisita.
Mientras el
dependiente busca nervioso el artículo solicitado, huyo a la segunda planta
(vídeos-lencería-sexshop) seguido muy de cerca por el incansable hombre de la
porra. Su constancia de sabueso asalariado roza peligrosamente con mi ansiedad
de consumidor hiperactivo. Debo aclarar la situación.
-
Envuélvame esto para regalo y cóbreme - ordeno poco después a una cajera poco
acostumbrada a empaquetar consoladores con lacito. Serio, pero insinuante, me
dirijo hasta el segurata y le entrego el paquete
- Felices
fiestas, amor mío - exclamo antes de besarlo en la boca.
Me consta
que esta muestra de sincero afecto le va a costar el puesto, pero no he podido
contenerme. Es Navidad, qué coño.
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MULTAS
"Feliz
noventa y ocho", me desea un sonriente funcionario.
- Pues
ojalá que a ti te falle el sesenta y nueve - respondo con sequedad. La culpa no
es suya y es una mala manera de empezar el año, pero alguien tiene que pagar
los platos rotos. Además: si sus compinches no hubieran aprovechado la
confusión de la Nochevieja para levantarme el automóvil con la grúa, yo no
estaría aquí, ahora, mostrándome beligerante con un simple cagatintas.
"¿Va a
llevarse el coche ahora?", inquiere manteniendo su rictus profidén e
ignorando mi ingeniosa agresividad. Eso me ofende.
- No. He
venido a mirar el nivel del aceite y a vaciar el cenicero - contesto para
evidenciar mi buena voluntad.
Mi
violencia verbal resbala lentamente por la coraza de rutina del funcionario.
Tras comprobar los datos en el monitor del ordenador, el individuo me alarga un
papel.
"Son
22.000 pesetas", escupe con alegría sin mirarme a la cara.
- Conozco
un establecimiento donde, por bastante menos, el portero te aparca el coche y
las señoritas que trabajan allí te la chupan - espeto echando por la borda años
de exquisita educación.
"Nosotros
también le hemos aparcado el coche, y si quiere que se la chupe serán
30.000", contesta impertérrito.
Uno se pasa
años lidiando en todo tipo de ventanillas, y cuando cree que ha aprendido a
vencer en cualquier combate dialéctico que pueda surgir se topa con alguien
así. El fulano es invulnerable. Y además cobra mucho. Decido pagar la multa y
retirar mi coche sin más discusiones.
"¡Y
vuelva cuando quiera!", me grita al verme salir mientras me guiña un ojo.
Quisiera
acelerar, pero no soportaría un segundo asalto con el tipo de la ventanilla.
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SORPRESAS
“Documentación,
por favor”, dice a mi espalda con fingida amabilidad una voz áspera.
- ¡Qué
pedazo de disfraz! - exclamo alegremente al girar mi banqueta y ver a mi
interlocutor - ¿De dónde lo has sacado, tío?... La placa, la pipa, la gorra...
Parece auténtico, colega...
Es
auténtico. Es un madero de verdad. Y sus compañeros también son de verdad. Y,
más que de verdad, la tajada que he pillado en esta barra esperando durante dos
horas al capullo de Matías es de novela de Bukowsky.
“El carné.
Porr-fa-vorr”, insiste, esta vez con áspera amabilidad y voz fingida.
Saco de mi
bolsito de charol el deneí que me acredita como ciudadano de sexo masculino y
que se contradice con mi disfraz de pijita barbuda. Mientras el patrullero se
entretiene con los datos, echo una ojeada al local. Cuatro monjas, un obispo y
media docena de payasos sujetan una de las paredes mientras unos policías les
hacen cosquillas de arriba a abajo.
- Disculpe
agente. Esto no será una redada ¿verdad? Porque como se entere mi novio... -
pregunto como una tonta.
“Tate
callao y no hagas tonterías”, me ordena viril mientras se aleja a consultar con
su superior.
Me tutea.
Eso es que le gusto. Bajo la vista e inclino la cabeza, no por humillación,
sino por la dosis masiva de ginebra ingerida, que ya empieza a atacar mi
sistema nervioso. Pese a la confusión etílica, esta posición me ayuda a ver las
cosas con cierta claridad. El suelo está lleno de cositas de colores. Pero los
papelitos son demasiado grandes, y las otras menudencias que se aplastan al
pisarlas tampoco parecen confetti. De hecho, si alguien pasara el aspirador, el
pobre aparato acabaría en un rincón del frenopático creyéndose una estación
espacial secuestrada por piratas kriptonianos.
“Es la
bomba, tío. Un garito alucinante”, dijo Matías cuando quedamos aquí, vestidos
los dos de colegialas, para la noche del Carnaval. Y el imbécil, sobre llegar
tarde, me cita en un Todo a 100 para adictos a los psicotrópicos. Si no se me
adelanta la pasma en un exceso de celo, juro que un día de éstos lo mato.
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AGLOMERACIONES
“¿Qué pacha
tío? ¿No encuentrash la salida, o qué?”, ruge el jevitón aporreando la puerta
del baño. “Osssea, deverdá, osssea. Como no salga ya esss que lo araño,
vamosss”, sssisssea el pijillo. “Guif pis e chens, broder”, florea el jipi. Por
alguna razón, no obstante, lo que está dentro del WC no da señales de vida. Y
aquí estamos todos, representantes de todas las tribus, como defensas ante un
libre indirecto: las manitas protegiendo el paquete y compartiendo de forma
solidaria la esperanza de que, si llega lo peor, le toque a otro.
- ¿Y si la
echamos abajo? - aventuro temerario mirando al jevi.
“Fale
pureta. Y mientras yo le pego la patá a la puerta, tú me sujetas el desto pá
que no mesescapen los meos ¿no?”, me machaca el greñas. Parece que la presión
de las mallas no impide que la sangre le llegue al cerebro.
Se hace un
silencio que aprovechamos todos para alcanzar el máximo nivel de blasfemia
interior, llegando casi a una comunión mística hermanados por el sufrimiento de
nuestros esfínteres.
“¿Oiga?...
¿Policía?...”, nos interrumpe un yuppie de última hora que ha decidido pedir
socorro institucional. Pero no le da tiempo. El alarido del jevi le impide
escuchar la respuesta, un codazo del jipi lanza el teléfono móvil por los aires
y un punki recién llegado lo atrapa con los dientes y se lo come. Yo, por mi
parte, me limito a recordarle cordialmente sus obligaciones fiscales, lo que
duplica la urgencia de sus necesidades y lo aleja definitivamente de nuestra
causa común.
“¿Probamos
en el baño de tías?”, sugiere el hijo de las flores.
“¡Yungüebo!”,
gruñe el punki escupiendo trocitos de Motorola, “lo akabo dintentar y kasi me
sakan los mokos a hoshtiash”
Lo cierto
es que ya no podemos resistir más. Tras un intercambio de miradas tomamos una
determinación que aplicamos de inmediato. En ese preciso momento la puerta se
abre, dando paso al causante de nuestras desdichas. Al fulano le lleva un
tiempo asimilar la situación e identificar el líquido tibio que empapa sus
pantalones y comienza a inundar sus zapatos. Que no se queje: en un burdel le
hubieran cobrado una pasta por hacerle esto mismo que nosotros le estamos
haciendo gratis.
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VACACIONES
“¿Qué
destino le gustaría?”, interroga la nena como muy positiva ella.
- Pues un
destino glorioso, a poder ser. Me gustaría llegar a ser Sultán de Brunei y
conquistar China con mis tropas y tener miles de concubinas para poder reñir
todos los días con una persona distinta - me embalo soñador.
Tal vez se
deba a que la criatura lleva mucho tiempo trabajando en una agencia de viajes.
O tal vez sea simple indiferencia. En todo caso, se diría que mi hábil réplica
sobrevuela sus neuronas sin encontrar una jodida pista libre donde aterrizar.
“Intuyo que
lo que usted busca es un sitio tranquilo donde pasar unos días descansando
cómodamente”, redunda con astucia.
Yerra de
modo absoluto. Lo único que busco es pelea, y decido demostrárselo.
- No, lo
que a mí me atraería es pegarme una semana barnizando Yellowstone - disparo.
Esta vez su
cerebro describe un elegante triple salto mortal con doble tirabuzón antes de
volver a su sitio y estar operativo de nuevo. Pero eso no la desanima, no
quiere dar la batalla por perdida.
“¿Argelia?”,
tantea.
- Chiítas
“¿India?”
-
Disentería
“¿Honduras?”
-
Tegucigalpa ¿No tiene preguntas un poco más difíciles? - atornillo. Hoy me
siento indestructible.
La sonrisa
no ha desaparecido de su cara, pero el autocontrol comienza a abandonarla: ha
hecho pedazos el ratón del ordenador con una sola mano. Es el momento de
apuntillar.
- De todas
formas, para venderme un puñetero billete para el autobús de Burgos ya me está
mareando usted, ¿eh?
Ya está. Si
esto fuera una película deberíamos fundir en negro para obviar la violencia que
está a punto de desencadenarse. Y eso que parecía buena persona.
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TASIS
“¿Ande le
dejo?”, inquiere el colega de El Fary
- Paseo de
la Castellana, 112, por favor - respondo somnoliento.
Durante los
primeros minutos del trayecto permanece en silencio, dejando que Antonio
Herrero y su mariachi se encarguen de la conversación. Estoy por darle las
gracias: es la primera vez en mi vida que un taxista no aprovecha el viaje
nocturno para dar un exhaustivo repaso a la actualidad, pontificando sobre
política, meteorología, fútbol y física nuclear con autoridad, precisión en los
argumentos y elegancia en la exposición.
“¡Ej
quesverdá, coño!”, brama repentinamente sumándose a la diatriba de uno de los
tertulianos, “son todos unos sinvergüenzas ¿No le parece a usté?”
Ya está. Lo
de siempre. Profesional del volante con el síndrome de “Estonopuedeseguirasí”
que busca pegar la hebra con un cliente cansado.
-
Mmmpgrumpf - respondo lacónico en un intento de desbaratar su iniciativa
dialéctica.
“Es lo que yo digo. Tendrían que meterlos a
todos en la cárcel y obligarles a devolver hasta la última peseta”, prosigue
impertérrito ignorando mi mugido.
- Tiene
usted razón. Habría que matarlos a todos - afirmo tajante para cerrar la
discusión.
“Hombre,
tampoco es eso. Pero ej que cabrea ver cómo se lo han estao llevando crudo
mientras otros nos matamos a currar honradamente para ganar cuatro duros”, se
calienta.
Cuando su
discurso llega a las licencias fiscales y las tasas municipales, las cifras del
taxímetro parecen el saldo de una cuenta de Julio Iglesias. Además, a pesar de
que me he dejado la brújula encima del piano, juraría que para ir de Barajas a
la Castellana no es imprescindible pasar cinco veces por El Escorial, tres por
el Valle de los Caídos y una por Aranjuez. Decido detener la sangría.
- Disculpe,
pero tengo muchas ganas de irme a la cama, así que lléveme a la dirección que
le he indicado o mañana saldrá usted en el ABC como el taxista que le movía los
millones a Mario Conde - sonrío mientras le muestro un carné de prensa que me
he encontrado en el avión.
Fulminante.
Llegamos en tres minutos, me acerca la maleta hasta el ascensor, se niega a
cobrarme el viaje y me regala un mechero de un puticlú de Leganés cuando le
pido fuego. No pensaba yo que lo del cuarto poder funcionara tan bien.
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TASCAS
“¡Ponme
otra copa de Cadenas!”, exige un parroquiano de voz áspera.
“¡No le
pongas nada, que luego le tengo que llevar yo a casa!”, advierte su
contertulio.
“Papá,
sabes que esas galletitas son malas para tus hemorroides”, medica familiarmente
Emilio Aragón desde la tele.
Esto es lo
que mola de los bares de barrio. Consiguen que uno se sienta como en su propio
cuarto de estar. Y con la ventaja añadida de que aquí no hay que pelear por el
mando a distancia: el zappingmaster es el dueño del chiringuito, y sólo un
suicida intentaría arrebatarle el cetro del poder catódico.
“¿¡Vatomaralgo!?”,
ruge en mi oreja la consorte del rey de la barra.
- Hummm...
eeehh... - me extiendo elocuente. En realidad yo sólo había entrado a por
tabaco, pero me produce un acojono de proporciones galácticas darle una
negativa a esta fiera.
- Una
cervecita, por favor - concluyo nervioso.
“¿¡Caña o
botellín!?”, brama.
La atención
del respetable sigue acaparada por Médico de Familia, de modo que no puedo
esperar ayuda. Ni siquiera testigos, en el peor de los casos.
- Una
caña... sí. Gracias - susurro avasallado.
“¡Ponme el
puto anís!”, vuelve a cargar el parroquiano.
“¡Que no te
tomes otra, joder. Que te pones muy ciego!”, torna a advertir su compañero.
“Alicia, no
voy a engañarte: creo que es un tumor”, babea Milikito en el receptor de TV.
“¡Sacabaol
barril!”, me acogota con su vozarrón la Pompadour de los cojones, “¡tendrá que
ser Sanmiguel!”.
-
Mencannnta la Sanmiguel - miento valeroso - Póngame tres.
Cuando se
agacha para abrir la cámara, observo que la arpía tiene varias protuberancias
entre lo que vagamente parece ser su cabellera. Espero que lo del Aragón sea
premonitorio y se trate de tumores. Si son simples rulos podemos darnos por
muertos.
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TIMBRES
“... en la
única grabación que existe de este grupo de rock-blues de Sri Lanka...”,
petardea el Trecet en el transistor.
“Burrungrún,
burrungrún”, murgonea el lavavajillas.
“¡Glinglón!”,
remata la jugada el timbre.
Normalmente
le dejaría esperar hasta que echara raíces en el felpudo, pero es fácil que se
trate del técnico que viene a reparar la tele, de modo que tendré que abrirle
la puerta y ponerme a sus pies. Me aclaro las manos y apenas diez segundos y
mil añicos después (los vasos son entes necios que no saben caer de pie) abro
la puerta.
- ¡Por fin!
- exclamo ante el individuo con maletín que me mira desde el descansillo - Le
esperaba ayer por la tarde.
Tras el
muro de dioptrías de sus gafas creo advertir cierta sorpresa.
“¿Me
ezperaba?”, dice maravillado, “¿No ez fantáztico como el Zeñor aliza la zenda
de zuz ziervoz?”
- Puez zí -
acierto a murmurar entre el contagio y el desconcierto.
Aprovechando
la baja temporal de mis neuronas, el fulano se cuela ágil y veloz hasta mi
cuarto de estar. Una vez allí, abre su maletín y se dispone a hacer su trabajo.
“¿Zabe qué
ez ezto?”, interroga sonriente mostrándome un ejemplar de Atalaya.
- Parece
una revista - digo con falsa cordialidad - pero la verdad es que esperaba un
destornillador, o algo similar.
“¡Egiñí,
egiñí, egiñí”, parece reír el prosélito, “ez uztez muy graciozo”
Me
eztrezza. Me ha pillado a contrapié un Testigo poco brillante de Jehová. A mí,
que he llegado a venderle libros viejos al del Círculo de Lectores. Me duele el
orgullo, me duele la cabeza y me duele el vaso roto por culpa de este bandarra.
Y ezo me pone nerviozo.
- Mira,
ahora que ya me has enseñado tus cromos, puedes largarte. Si tienes suerte aún
puedes encontrar algún psiquiatra abierto - sugiero tenso.
“Puez
entoncez me voy zin arreglarle el televizor”, gruñe poniendo morritos. No me lo
puedo creer. El pavo es una empresa de servicios completos. La broma me cuesta
una suscripción a Atalaya por cinco años, una enciclopedia de ochenta tomos,
una bicicleta estática y treinta papeles por reparar la tele, y todo ello
endosado por un sectario de cerebro lavado a la piedra. Pero tengo que tragar:
no puedo pegarme todo el fin de semana sin fútbol ni pelis de chinos.
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PASTILLAS
“¿Está
Vanessa?”, pregunta entre esperanzado y ansioso el cincuentón que acaba de
aterrizar en el puticlú.
“Pues está
ocupada con un señor de Guadalajara. Y es de los que se pegan un rato”, le
informa la chica de la barra.
El hombre
tiene todo el aspecto de necesitar una sobredosis de receptividad corporal, por
decirlo de un modo suave. Le vendría bien un zumo de piña con vodka para
mitigar el efecto del chasco.
“Ponme un
zumo de piña con vodka”, pide nervioso.
Lo sabía.
Debe haber algo en la mezcla del néctar tropical con el aguardiente cosaco que
consigue devolver el ritmo normal a los corazones agitados. Aunque probablemente
sea sólo una cuestión de fe, ya que el fluido que sale de la lata jamás ha
estado en el trópico, y la etiqueta del vodka delata su procedencia segoviana.
“Oye... ¿y
Susy?... ¿Está libre Susy?”, insiste inmune a los efectos del brebaje. Tras
otra negativa, apura de un trago el contenido del vaso y pide una segunda copa.
Los cubitos tintinean en su mano derecha, mientras la izquierda se posa
inconsciente en su entrepierna. Años de esmerada educación me han enseñado a no
mirar braguetas ajenas, pero esta vez no puedo evitarlo. Y el vistazo me hace
ser comprensivo con sus urgencias: o se ha metido un contenedor de Viagra o
lleva gayumbos con airbag.
“Ponme otro
vidko de zuña con pona”, balbucea ignorando que la camarera está a quince
metros de distancia.
Decido ser
imprudente y acercarme para interesarme por el volumen de su problema. Y
también por salir de dudas, para qué nos vamos a engañar.
- ¿Puedo
ayudarle? - pregunto amable mientras él se echa los hielos en el mondongo.
“Pffrefferiría
una tía, la verdaz, pero si estáshhh dispueshhhto... no me importa que seas
azul”
Retrocedo.
Ahora que ya sé que el tipo es víctima de las pastillas mágicas me puedo ir
tranquilo.
- Lo
siento, pero tendrá que apañárselas solo - me disculpo huyendo hacia la puerta.
“Vetalaerrda,
Papá Pitufo”, escupe a mi espalda.
Es
horroroso. Setenta mil pelas a la basura si no consigo encontrar un incauto que
me compre mi frasco de Viagra.
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CICERONE
- These are
the jardines of the taconera, and the monumentou a Julián Gayarre, famous
singer - expongo con sencillez, pero con sabia autoridad.
“¿Cantantei
de óupera?”, pregunta una tejana sesentona, musculosa y enredadora.
- Yes miss,
grabó incluso con Pavarotti - improviso con naturalidad. Mientras intento
encaminar a mi rebaño con un poco de orden hacia el Casco Viejo, maldigo entre
dientes a Matías y sus eternas sustituciones ¿Por qué sólo se pone malito
cuando tiene trabajos idiotas? Intuyo que la respuesta, aunque obvia, va a
seguir flotanding in the wind.
“Perdonei
señour. Nosotrous gustaríamous de ver calles de Ensierrou”, me cuenta el líder
del grupo.
- We are
yending to verlas enseguidamently, McGyver Jauna - le contesto educado y
multilingüe (al tiempo que cosmopolita) mientras él se empeña en explicarme que
no se llama McGyver, sino Smith. Lo sé, pero ya resulta demasiado frustrante
pasear los turistas del tristemente enfermo Matías como para conformarme con un
simple Smith. La llegada a la parte vieja de la ciudad y la música de unas
gaitas interrumpe lo que llevaba camino de ser una conversación sin futuro.
- And now,
ustedes can see on su derechaight the famosous gigantes of Pamplona - les
explico indicando el paso de Comparsa de Gigantes y Cabezudos.
“Nou soun
giganteis, son molinous”, graciosea el erudito de la peña. “Esou es que dijou
Sanchou Pansa. Isn’t it?”
Una intensa
mirada a los ojos del listillo, sumada a la amenaza de llevar a todo el grupo a
visitar los vertederos situados a las afueras de la ciudad, acaba rápidamente
con el conato de risitas producido en las filas. Sé que mi actitud es poco
comercial, pero si Matías no hubiera bebido tanto anoche yo no estaría haciendo
un trabajo que no me corresponde, que no me gusta y que, por tanto, exige un
mínimo de disciplina por parte de los clientes, qué coño.
- Follow
me... ¡ar! - voceo tajante después de haber ordenado la formación. Los
muchachos me siguen a paso ligero, cantando alegres canciones sobre novias con
furor uterino y jodidos comunistas amarillos. Las mujeres, por su parte y
también a paso ligero, van buscando inútilmente hombres vestidos de torero.
Resultarían chocantes incluso en los Carnavales de Río.
*****************************************
"¿Dígame?",
responde amable una voz femenina al otro lado del cable.
- ¿Está
Genaro? - pregunto con cierta urgencia.
"Pues
no, ha salido hace rato y no sé a dónde ha ido ¿Quieres que le diga algo?"
A duras
penas consigo contener una blasfemia, al fin y al cabo la mujer no tiene la
culpa de nada. Pero el calor me da sed de venganza.
- Sí, por
favor. Dígale que la cocaína que me pidió no llegará hasta mañana y que ya me
he deshecho del coche que robamos anteayer
¡Ah, y que no se le olvide la pipa mañana para el atraco! Gracias.
"¡Boum!",
resuena en el auricular, como si un cuerpo hubiera decidido repentinamente
comprobar la legendaria comodidad del parqué flotante.
No debería
haberlo hecho, lo sé. Pero un plantón de una hora en una plaza sin árboles ni
bares, con el sol abusando de su tamaño y el mercurio de los termómetros
haciendo blub-blub, es algo que desborda a cualquier persona normal. Y a mí
también.
"Perdona,
¿puedo sentarme?", pregunta una voz extremadamente sensual.
Estoy a
punto de desmayarme. La propietaria de la voz tiene el cuerpo de Claudia
Schiffer, la mirada de Bette Davis y casi el mismo aire de seductora
perspicacia que Sylvester Stallone. Me siento tan fascinado que le contesto
afirmativamente, a pesar de que los otros veinte bancos situados también a
pleno sol están libres.
"Graciasss",
sisea mientras se sienta pegadita a mí, despreciando los cuatro metros de
asiento vacíos. Retira cuidadosamente el papel del polo que tiene en las manos
y comienza a chuparlo entre gemidos y suspiros de alivio. No sé si será un
espejismo, pero empiezo a considerarlo como una provocación que dudo poder
resistir. De hecho, un minuto después pierdo los nervios y me abalanzo sobre
ella.
Al
principio grita y se resiste, pero finalmente me salgo con la mía y consigo
quitarle el polo. Me bato en veloz retirada, buscando un refugio sombrío donde
poder disfrutar solito de mi botín de fresa y nata. Cuando me lo acabe, me
entregaré. Al fin y al cabo, no creo que la pena por robar un helado sea muy
grande. Y si no, que me quiten lo chupado.
*****************************************
TERRAZAS
"Es
usted muy amable y muy diligente, joven, pero nosotros aún no habíamos pedido
nada", observa cortésmente el abuelete.
Aunque
bienintencionado, el error de apreciación del anciano es notable. Cierto que el
camata es amable, sí, pero es también lento como el cerebro de Rambo. Hasta el
punto de que las consumiciones que les acaba de presentar habían sido pedidas
hace apenas hora y media por la pareja que ocupaba esa misma mesa y que ha
abandonado por K.O. técnico.
"¿Qué
va a tomar?", me pregunta el meteoro tras anotar la comanda de sus nuevas
víctimas.
- Tráeme
una cerveza y un poco de fertilizante. Ahora que ya he echado raíces sería una
pena que no llegara a brotar.
Cree que no
queda fertilizante, me advierte, pero va a preguntar de todas maneras. Y se
aleja veloz como un guepardo disecado. En el fondo es una suerte, su
incapacidad para romper la barrera del sonido me permite entretener la espera
escuchando las conversaciones de las mesas cercanas, mientras finjo leer
atentamente la prensa.
"¿Ésa?",
grazna alguien a mi espalda, "ésa lo único que quiere es el dinero. Si no
¿de qué se va a casar con él? con lo viejo y lo estropeado que está",
remata. El resto de las chicas de oro suscribe de forma unánime la opinión de
la víbora y comienzan todas a despellejar minuciosamente a los ausentes. Pero,
oh dolor, justo cuando van a llegar a los detalles escabrosos, aparece un
fulano con un acordeón y me revienta la radionovela. Además, otro individuo
aprovecha el acompañamiento instrumental para interpretar con mucho sentimiento
la inmortal balada "¿Un peyó 305 en doble fila?", que culmina con un
vigoroso solo de bocina magistralmente ejecutado por el propio cantante.
La cerrada
ovación que el público dedica a los artistas coincide con la aparición del
camarero que, en su inocencia, cree que los aplausos van dirigidos a su
persona. Nefasta confusión que le induce a hacer una solemne reverencia y, de
paso, volcar la bandeja dejándonos sin las ansiadas privas. Lo mato. En cuanto
el abuelete haya terminado de hacerle tragarse la bandeja, lo mato.
*****************************************
VANGUARDIAS
"Se
nota que el artista ha renunciado a toda ambición técnica o estilística",
susurra a mi espalda la relaciones públicas de la galería, "buscando con
el espectador una comunicación alternativa y purísima"
- Sin
pecado concebida - murmuro entre católico rutinario y puro ratón de Pavlov -
pero el artista tendrá que seguir buscando un rato más, porque llevo veinte
minutos mirando este cuadro y no pillo nada.
La mujer se
aleja dejando tras de sí un intenso aroma a desprecio, de Rochas. Y es que yo
no tendría que estar aquí. Lo mío es el fúrbol. Soy impermeable a toda
manifestación artística posterior al bisonte de Altamira. Además, yo no soy el
redactor de las páginas culturales, así que yo - no - tendría - que - estar -
aquí.
"Si no
vas tú a esa inauguración, tengo que mandar a una becaria" dijo el
redactor-jefe "y ya sabes que desde lo de Clinton tienen muy mala
fama" añadió sonriente jugueteando con mi contrato y un mechero.
Me conoce y
sabe que no tolero las amenazas, de modo que saqué pecho y tragué valientemente
todo lo que me cayó. Un error de proporciones cósmicas, obviamente.
Desde mi
aparición en la performance inaugural sólo he conseguido evitar el desastre
provocando directamente el cataclismo. He confundido una "Estera polimorfa
de orientación llana" con un simple felpudo, he dejado el paraguas en una
"Metáfora excepcionalmente cóncava de la vagina" y - para acabar de
cagarla - me he comido un canapé que formaba parte del collage titulado
"... y Dios creó el caviar", valorado en medio millón de pesetas. Una
ruina... con la acidez que me produce el pegamento.
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