Bolotomías 1998


FIESTITAS

“Por favor... los finalistas del campeonato de paellas con obstáculos y los seleccionados para el concurso de siestas por parejas, por favor, acérquense al escenario, por favor”, redunda el organizador con el megáfono pegado a mi oreja.
- Disculpa - digo con suavidad - ¿el torneo de asesinos de pelmas con megáfono ha empezado ya o hay que esperar a que llegue la UVI móvil?
Mientras el muchacho se aleja mugiendo cosas como “atápoculo soborde” y otras imágenes poéticas igualmente sutiles, dirijo una mirada bovina a mi alrededor, ordeño mi mala leche y rumio mi venganza. No puedo evitarlo: las reuniones multitudinarias me llevan siempre a reflexionar en términos agropecuarios.
“Perdone ¿Sabe dónde está el vicerrector?”
- El título me suena mucho, pero si no me la tarareas no caigo - respondo decadente.
El chiste es muy viejo. La chica es muy joven. El desencuentro es absoluto. Ni siquiera se molesta en escupirme antes de darme la espalda.
Marcha, priva, tías... decía el lince de Genaro cuando preparó el plan. Pero él no ha venido y yo sólo he conseguido un par de pegatinas de una emisora de FM, una gorra de una marca de pitillos y un póster de Miguel Induráin... y ni siquiera está desnudo.
“Chssst. Oche colega, aquí es lo del chou ése de los estudiantes ¿eh que sí?”, me pregunta un esperanzado fósil con chupa de cuero cuando salgo derrotado del recinto.
- Chachi que sí, tronco - le miento - Mola un mazo ¿vale? Una movida guapa quetecagash.
Y si le toca afinar el karaoke que se joda. Alguien tiene que hacerse cargo del mal rollo mientras yo me voy al bingo a envejecer con un poco de dignidad.

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 REGALOS

"Pero ¿quiere un perfume para chica joven o para señora mayor?"
- ¿Y qué más da la edad? - contesto fatigado - yo sólo quiero que de cuando en cuando ella huela bien, para variar.
Después de someterme al tercer grado para venderme una puñetera colonia, la dependienta también se siente cansada. Coge sin mirar uno de los frascos del mostrador, deja caer una gota en el dorso de su mano y la acerca a mi nariz. Opto por ser positivo: le beso la mano, la pido en matrimonio y salgo corriendo antes de que pueda responder.
Mis zancadas me llevan tontamente hasta la sección de bricolage. En un espejo observo que un inquieto guardia jurado me sigue con la misma serenidad que un legionario en una fiesta de moñas. Mejor: si las malditas compras navideñas van a provocarme un ataque de nervios, prefiero compartirlo con alguien.
- Quiero un juego de destornilladores. Y si me preguntas si es para un chico joven o para un hombre mayor, te romperé un brazo - manifiesto con saña exquisita.
Mientras el dependiente busca nervioso el artículo solicitado, huyo a la segunda planta (vídeos-lencería-sexshop) seguido muy de cerca por el incansable hombre de la porra. Su constancia de sabueso asalariado roza peligrosamente con mi ansiedad de consumidor hiperactivo. Debo aclarar la situación.
- Envuélvame esto para regalo y cóbreme - ordeno poco después a una cajera poco acostumbrada a empaquetar consoladores con lacito. Serio, pero insinuante, me dirijo hasta el segurata y le entrego el paquete
- Felices fiestas, amor mío - exclamo antes de besarlo en la boca.
Me consta que esta muestra de sincero afecto le va a costar el puesto, pero no he podido contenerme. Es Navidad, qué coño.

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MULTAS

"Feliz noventa y ocho", me desea un sonriente funcionario.
- Pues ojalá que a ti te falle el sesenta y nueve - respondo con sequedad. La culpa no es suya y es una mala manera de empezar el año, pero alguien tiene que pagar los platos rotos. Además: si sus compinches no hubieran aprovechado la confusión de la Nochevieja para levantarme el automóvil con la grúa, yo no estaría aquí, ahora, mostrándome beligerante con un simple cagatintas.
"¿Va a llevarse el coche ahora?", inquiere manteniendo su rictus profidén e ignorando mi ingeniosa agresividad. Eso me ofende.
- No. He venido a mirar el nivel del aceite y a vaciar el cenicero - contesto para evidenciar mi buena voluntad.
Mi violencia verbal resbala lentamente por la coraza de rutina del funcionario. Tras comprobar los datos en el monitor del ordenador, el individuo me alarga un papel.
"Son 22.000 pesetas", escupe con alegría sin mirarme a la cara.
- Conozco un establecimiento donde, por bastante menos, el portero te aparca el coche y las señoritas que trabajan allí te la chupan - espeto echando por la borda años de exquisita educación.
"Nosotros también le hemos aparcado el coche, y si quiere que se la chupe serán 30.000", contesta impertérrito.
Uno se pasa años lidiando en todo tipo de ventanillas, y cuando cree que ha aprendido a vencer en cualquier combate dialéctico que pueda surgir se topa con alguien así. El fulano es invulnerable. Y además cobra mucho. Decido pagar la multa y retirar mi coche sin más discusiones.
"¡Y vuelva cuando quiera!", me grita al verme salir mientras me guiña un ojo.
Quisiera acelerar, pero no soportaría un segundo asalto con el tipo de la ventanilla.

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SORPRESAS

“Documentación, por favor”, dice a mi espalda con fingida amabilidad una voz áspera.
- ¡Qué pedazo de disfraz! - exclamo alegremente al girar mi banqueta y ver a mi interlocutor - ¿De dónde lo has sacado, tío?... La placa, la pipa, la gorra... Parece auténtico, colega...
Es auténtico. Es un madero de verdad. Y sus compañeros también son de verdad. Y, más que de verdad, la tajada que he pillado en esta barra esperando durante dos horas al capullo de Matías es de novela de Bukowsky.
“El carné. Porr-fa-vorr”, insiste, esta vez con áspera amabilidad y voz fingida.
Saco de mi bolsito de charol el deneí que me acredita como ciudadano de sexo masculino y que se contradice con mi disfraz de pijita barbuda. Mientras el patrullero se entretiene con los datos, echo una ojeada al local. Cuatro monjas, un obispo y media docena de payasos sujetan una de las paredes mientras unos policías les hacen cosquillas de arriba a abajo.
- Disculpe agente. Esto no será una redada ¿verdad? Porque como se entere mi novio... - pregunto como una tonta.
“Tate callao y no hagas tonterías”, me ordena viril mientras se aleja a consultar con su superior.
Me tutea. Eso es que le gusto. Bajo la vista e inclino la cabeza, no por humillación, sino por la dosis masiva de ginebra ingerida, que ya empieza a atacar mi sistema nervioso. Pese a la confusión etílica, esta posición me ayuda a ver las cosas con cierta claridad. El suelo está lleno de cositas de colores. Pero los papelitos son demasiado grandes, y las otras menudencias que se aplastan al pisarlas tampoco parecen confetti. De hecho, si alguien pasara el aspirador, el pobre aparato acabaría en un rincón del frenopático creyéndose una estación espacial secuestrada por piratas kriptonianos.
“Es la bomba, tío. Un garito alucinante”, dijo Matías cuando quedamos aquí, vestidos los dos de colegialas, para la noche del Carnaval. Y el imbécil, sobre llegar tarde, me cita en un Todo a 100 para adictos a los psicotrópicos. Si no se me adelanta la pasma en un exceso de celo, juro que un día de éstos lo mato.

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AGLOMERACIONES

“¿Qué pacha tío? ¿No encuentrash la salida, o qué?”, ruge el jevitón aporreando la puerta del baño. “Osssea, deverdá, osssea. Como no salga ya esss que lo araño, vamosss”, sssisssea el pijillo. “Guif pis e chens, broder”, florea el jipi. Por alguna razón, no obstante, lo que está dentro del WC no da señales de vida. Y aquí estamos todos, representantes de todas las tribus, como defensas ante un libre indirecto: las manitas protegiendo el paquete y compartiendo de forma solidaria la esperanza de que, si llega lo peor, le toque a otro.
- ¿Y si la echamos abajo? - aventuro temerario mirando al jevi.
“Fale pureta. Y mientras yo le pego la patá a la puerta, tú me sujetas el desto pá que no mesescapen los meos ¿no?”, me machaca el greñas. Parece que la presión de las mallas no impide que la sangre le llegue al cerebro.
Se hace un silencio que aprovechamos todos para alcanzar el máximo nivel de blasfemia interior, llegando casi a una comunión mística hermanados por el sufrimiento de nuestros esfínteres.
“¿Oiga?... ¿Policía?...”, nos interrumpe un yuppie de última hora que ha decidido pedir socorro institucional. Pero no le da tiempo. El alarido del jevi le impide escuchar la respuesta, un codazo del jipi lanza el teléfono móvil por los aires y un punki recién llegado lo atrapa con los dientes y se lo come. Yo, por mi parte, me limito a recordarle cordialmente sus obligaciones fiscales, lo que duplica la urgencia de sus necesidades y lo aleja definitivamente de nuestra causa común.
“¿Probamos en el baño de tías?”, sugiere el hijo de las flores.
“¡Yungüebo!”, gruñe el punki escupiendo trocitos de Motorola, “lo akabo dintentar y kasi me sakan los mokos a hoshtiash”
Lo cierto es que ya no podemos resistir más. Tras un intercambio de miradas tomamos una determinación que aplicamos de inmediato. En ese preciso momento la puerta se abre, dando paso al causante de nuestras desdichas. Al fulano le lleva un tiempo asimilar la situación e identificar el líquido tibio que empapa sus pantalones y comienza a inundar sus zapatos. Que no se queje: en un burdel le hubieran cobrado una pasta por hacerle esto mismo que nosotros le estamos haciendo gratis.

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VACACIONES

“¿Qué destino le gustaría?”, interroga la nena como muy positiva ella.
- Pues un destino glorioso, a poder ser. Me gustaría llegar a ser Sultán de Brunei y conquistar China con mis tropas y tener miles de concubinas para poder reñir todos los días con una persona distinta - me embalo soñador.
Tal vez se deba a que la criatura lleva mucho tiempo trabajando en una agencia de viajes. O tal vez sea simple indiferencia. En todo caso, se diría que mi hábil réplica sobrevuela sus neuronas sin encontrar una jodida pista libre donde aterrizar.
“Intuyo que lo que usted busca es un sitio tranquilo donde pasar unos días descansando cómodamente”, redunda con astucia.
Yerra de modo absoluto. Lo único que busco es pelea, y decido demostrárselo.
- No, lo que a mí me atraería es pegarme una semana barnizando Yellowstone - disparo.
Esta vez su cerebro describe un elegante triple salto mortal con doble tirabuzón antes de volver a su sitio y estar operativo de nuevo. Pero eso no la desanima, no quiere dar la batalla por perdida.
“¿Argelia?”, tantea.
- Chiítas
“¿India?”
- Disentería
“¿Honduras?”
- Tegucigalpa ¿No tiene preguntas un poco más difíciles? - atornillo. Hoy me siento indestructible.
La sonrisa no ha desaparecido de su cara, pero el autocontrol comienza a abandonarla: ha hecho pedazos el ratón del ordenador con una sola mano. Es el momento de apuntillar.
- De todas formas, para venderme un puñetero billete para el autobús de Burgos ya me está mareando usted, ¿eh?
Ya está. Si esto fuera una película deberíamos fundir en negro para obviar la violencia que está a punto de desencadenarse. Y eso que parecía buena persona.

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TASIS

“¿Ande le dejo?”, inquiere el colega de El Fary
- Paseo de la Castellana, 112, por favor - respondo somnoliento.
Durante los primeros minutos del trayecto permanece en silencio, dejando que Antonio Herrero y su mariachi se encarguen de la conversación. Estoy por darle las gracias: es la primera vez en mi vida que un taxista no aprovecha el viaje nocturno para dar un exhaustivo repaso a la actualidad, pontificando sobre política, meteorología, fútbol y física nuclear con autoridad, precisión en los argumentos y elegancia en la exposición.
“¡Ej quesverdá, coño!”, brama repentinamente sumándose a la diatriba de uno de los tertulianos, “son todos unos sinvergüenzas ¿No le parece a usté?”
Ya está. Lo de siempre. Profesional del volante con el síndrome de “Estonopuedeseguirasí” que busca pegar la hebra con un cliente cansado.
- Mmmpgrumpf - respondo lacónico en un intento de desbaratar su iniciativa dialéctica.
 “Es lo que yo digo. Tendrían que meterlos a todos en la cárcel y obligarles a devolver hasta la última peseta”, prosigue impertérrito ignorando mi mugido.
- Tiene usted razón. Habría que matarlos a todos - afirmo tajante para cerrar la discusión.
“Hombre, tampoco es eso. Pero ej que cabrea ver cómo se lo han estao llevando crudo mientras otros nos matamos a currar honradamente para ganar cuatro duros”, se calienta.
Cuando su discurso llega a las licencias fiscales y las tasas municipales, las cifras del taxímetro parecen el saldo de una cuenta de Julio Iglesias. Además, a pesar de que me he dejado la brújula encima del piano, juraría que para ir de Barajas a la Castellana no es imprescindible pasar cinco veces por El Escorial, tres por el Valle de los Caídos y una por Aranjuez. Decido detener la sangría.
- Disculpe, pero tengo muchas ganas de irme a la cama, así que lléveme a la dirección que le he indicado o mañana saldrá usted en el ABC como el taxista que le movía los millones a Mario Conde - sonrío mientras le muestro un carné de prensa que me he encontrado en el avión.
Fulminante. Llegamos en tres minutos, me acerca la maleta hasta el ascensor, se niega a cobrarme el viaje y me regala un mechero de un puticlú de Leganés cuando le pido fuego. No pensaba yo que lo del cuarto poder funcionara tan bien.

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TASCAS

“¡Ponme otra copa de Cadenas!”, exige un parroquiano de voz áspera.
“¡No le pongas nada, que luego le tengo que llevar yo a casa!”, advierte su contertulio.
“Papá, sabes que esas galletitas son malas para tus hemorroides”, medica familiarmente Emilio Aragón desde la tele.
Esto es lo que mola de los bares de barrio. Consiguen que uno se sienta como en su propio cuarto de estar. Y con la ventaja añadida de que aquí no hay que pelear por el mando a distancia: el zappingmaster es el dueño del chiringuito, y sólo un suicida intentaría arrebatarle el cetro del poder catódico.
“¿¡Vatomaralgo!?”, ruge en mi oreja la consorte del rey de la barra.
- Hummm... eeehh... - me extiendo elocuente. En realidad yo sólo había entrado a por tabaco, pero me produce un acojono de proporciones galácticas darle una negativa a esta fiera.
- Una cervecita, por favor - concluyo nervioso.
“¿¡Caña o botellín!?”, brama.
La atención del respetable sigue acaparada por Médico de Familia, de modo que no puedo esperar ayuda. Ni siquiera testigos, en el peor de los casos.
- Una caña... sí. Gracias - susurro avasallado.
“¡Ponme el puto anís!”, vuelve a cargar el parroquiano.
“¡Que no te tomes otra, joder. Que te pones muy ciego!”, torna a advertir su compañero.
“Alicia, no voy a engañarte: creo que es un tumor”, babea Milikito en el receptor de TV.
“¡Sacabaol barril!”, me acogota con su vozarrón la Pompadour de los cojones, “¡tendrá que ser Sanmiguel!”.
- Mencannnta la Sanmiguel - miento valeroso - Póngame tres.
Cuando se agacha para abrir la cámara, observo que la arpía tiene varias protuberancias entre lo que vagamente parece ser su cabellera. Espero que lo del Aragón sea premonitorio y se trate de tumores. Si son simples rulos podemos darnos por muertos.

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TIMBRES

“... en la única grabación que existe de este grupo de rock-blues de Sri Lanka...”, petardea el Trecet en el transistor.
“Burrungrún, burrungrún”, murgonea el lavavajillas.
“¡Glinglón!”, remata la jugada el timbre.
Normalmente le dejaría esperar hasta que echara raíces en el felpudo, pero es fácil que se trate del técnico que viene a reparar la tele, de modo que tendré que abrirle la puerta y ponerme a sus pies. Me aclaro las manos y apenas diez segundos y mil añicos después (los vasos son entes necios que no saben caer de pie) abro la puerta.
- ¡Por fin! - exclamo ante el individuo con maletín que me mira desde el descansillo - Le esperaba ayer por la tarde.
Tras el muro de dioptrías de sus gafas creo advertir cierta sorpresa.
“¿Me ezperaba?”, dice maravillado, “¿No ez fantáztico como el Zeñor aliza la zenda de zuz ziervoz?”
- Puez zí - acierto a murmurar entre el contagio y el desconcierto.
Aprovechando la baja temporal de mis neuronas, el fulano se cuela ágil y veloz hasta mi cuarto de estar. Una vez allí, abre su maletín y se dispone a hacer su trabajo.
“¿Zabe qué ez ezto?”, interroga sonriente mostrándome un ejemplar de Atalaya.
- Parece una revista - digo con falsa cordialidad - pero la verdad es que esperaba un destornillador, o algo similar.
“¡Egiñí, egiñí, egiñí”, parece reír el prosélito, “ez uztez muy graciozo”
Me eztrezza. Me ha pillado a contrapié un Testigo poco brillante de Jehová. A mí, que he llegado a venderle libros viejos al del Círculo de Lectores. Me duele el orgullo, me duele la cabeza y me duele el vaso roto por culpa de este bandarra. Y ezo me pone nerviozo.
- Mira, ahora que ya me has enseñado tus cromos, puedes largarte. Si tienes suerte aún puedes encontrar algún psiquiatra abierto - sugiero tenso.
“Puez entoncez me voy zin arreglarle el televizor”, gruñe poniendo morritos. No me lo puedo creer. El pavo es una empresa de servicios completos. La broma me cuesta una suscripción a Atalaya por cinco años, una enciclopedia de ochenta tomos, una bicicleta estática y treinta papeles por reparar la tele, y todo ello endosado por un sectario de cerebro lavado a la piedra. Pero tengo que tragar: no puedo pegarme todo el fin de semana sin fútbol ni pelis de chinos.

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PASTILLAS

“¿Está Vanessa?”, pregunta entre esperanzado y ansioso el cincuentón que acaba de aterrizar en el puticlú.
“Pues está ocupada con un señor de Guadalajara. Y es de los que se pegan un rato”, le informa la chica de la barra.
El hombre tiene todo el aspecto de necesitar una sobredosis de receptividad corporal, por decirlo de un modo suave. Le vendría bien un zumo de piña con vodka para mitigar el efecto del chasco.
“Ponme un zumo de piña con vodka”, pide nervioso.
Lo sabía. Debe haber algo en la mezcla del néctar tropical con el aguardiente cosaco que consigue devolver el ritmo normal a los corazones agitados. Aunque probablemente sea sólo una cuestión de fe, ya que el fluido que sale de la lata jamás ha estado en el trópico, y la etiqueta del vodka delata su procedencia segoviana.
“Oye... ¿y Susy?... ¿Está libre Susy?”, insiste inmune a los efectos del brebaje. Tras otra negativa, apura de un trago el contenido del vaso y pide una segunda copa. Los cubitos tintinean en su mano derecha, mientras la izquierda se posa inconsciente en su entrepierna. Años de esmerada educación me han enseñado a no mirar braguetas ajenas, pero esta vez no puedo evitarlo. Y el vistazo me hace ser comprensivo con sus urgencias: o se ha metido un contenedor de Viagra o lleva gayumbos con airbag.
“Ponme otro vidko de zuña con pona”, balbucea ignorando que la camarera está a quince metros de distancia.
Decido ser imprudente y acercarme para interesarme por el volumen de su problema. Y también por salir de dudas, para qué nos vamos a engañar.
- ¿Puedo ayudarle? - pregunto amable mientras él se echa los hielos en el mondongo.
“Pffrefferiría una tía, la verdaz, pero si estáshhh dispueshhhto... no me importa que seas azul”
Retrocedo. Ahora que ya sé que el tipo es víctima de las pastillas mágicas me puedo ir tranquilo.
- Lo siento, pero tendrá que apañárselas solo - me disculpo huyendo hacia la puerta.
“Vetalaerrda, Papá Pitufo”, escupe a mi espalda.
Es horroroso. Setenta mil pelas a la basura si no consigo encontrar un incauto que me compre mi frasco de Viagra.

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CICERONE

- These are the jardines of the taconera, and the monumentou a Julián Gayarre, famous singer - expongo con sencillez, pero con sabia autoridad.
“¿Cantantei de óupera?”, pregunta una tejana sesentona, musculosa y enredadora.
- Yes miss, grabó incluso con Pavarotti - improviso con naturalidad. Mientras intento encaminar a mi rebaño con un poco de orden hacia el Casco Viejo, maldigo entre dientes a Matías y sus eternas sustituciones ¿Por qué sólo se pone malito cuando tiene trabajos idiotas? Intuyo que la respuesta, aunque obvia, va a seguir flotanding in the wind.
“Perdonei señour. Nosotrous gustaríamous de ver calles de Ensierrou”, me cuenta el líder del grupo.
- We are yending to verlas enseguidamently, McGyver Jauna - le contesto educado y multilingüe (al tiempo que cosmopolita) mientras él se empeña en explicarme que no se llama McGyver, sino Smith. Lo sé, pero ya resulta demasiado frustrante pasear los turistas del tristemente enfermo Matías como para conformarme con un simple Smith. La llegada a la parte vieja de la ciudad y la música de unas gaitas interrumpe lo que llevaba camino de ser una conversación sin futuro.
- And now, ustedes can see on su derechaight the famosous gigantes of Pamplona - les explico indicando el paso de Comparsa de Gigantes y Cabezudos.
“Nou soun giganteis, son molinous”, graciosea el erudito de la peña. “Esou es que dijou Sanchou Pansa. Isn’t it?”
Una intensa mirada a los ojos del listillo, sumada a la amenaza de llevar a todo el grupo a visitar los vertederos situados a las afueras de la ciudad, acaba rápidamente con el conato de risitas producido en las filas. Sé que mi actitud es poco comercial, pero si Matías no hubiera bebido tanto anoche yo no estaría haciendo un trabajo que no me corresponde, que no me gusta y que, por tanto, exige un mínimo de disciplina por parte de los clientes, qué coño.
- Follow me... ¡ar! - voceo tajante después de haber ordenado la formación. Los muchachos me siguen a paso ligero, cantando alegres canciones sobre novias con furor uterino y jodidos comunistas amarillos. Las mujeres, por su parte y también a paso ligero, van buscando inútilmente hombres vestidos de torero. Resultarían chocantes incluso en los Carnavales de Río.

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40 º

"¿Dígame?", responde amable una voz femenina al otro lado del cable.
- ¿Está Genaro? - pregunto con cierta urgencia.
"Pues no, ha salido hace rato y no sé a dónde ha ido ¿Quieres que le diga algo?"
A duras penas consigo contener una blasfemia, al fin y al cabo la mujer no tiene la culpa de nada. Pero el calor me da sed de venganza.
- Sí, por favor. Dígale que la cocaína que me pidió no llegará hasta mañana y que ya me he deshecho del coche que robamos anteayer  ¡Ah, y que no se le olvide la pipa mañana para el atraco! Gracias.
"¡Boum!", resuena en el auricular, como si un cuerpo hubiera decidido repentinamente comprobar la legendaria comodidad del parqué flotante.
No debería haberlo hecho, lo sé. Pero un plantón de una hora en una plaza sin árboles ni bares, con el sol abusando de su tamaño y el mercurio de los termómetros haciendo blub-blub, es algo que desborda a cualquier persona normal. Y a mí también.
"Perdona, ¿puedo sentarme?", pregunta una voz extremadamente sensual.
Estoy a punto de desmayarme. La propietaria de la voz tiene el cuerpo de Claudia Schiffer, la mirada de Bette Davis y casi el mismo aire de seductora perspicacia que Sylvester Stallone. Me siento tan fascinado que le contesto afirmativamente, a pesar de que los otros veinte bancos situados también a pleno sol están libres.
"Graciasss", sisea mientras se sienta pegadita a mí, despreciando los cuatro metros de asiento vacíos. Retira cuidadosamente el papel del polo que tiene en las manos y comienza a chuparlo entre gemidos y suspiros de alivio. No sé si será un espejismo, pero empiezo a considerarlo como una provocación que dudo poder resistir. De hecho, un minuto después pierdo los nervios y me abalanzo sobre ella.
Al principio grita y se resiste, pero finalmente me salgo con la mía y consigo quitarle el polo. Me bato en veloz retirada, buscando un refugio sombrío donde poder disfrutar solito de mi botín de fresa y nata. Cuando me lo acabe, me entregaré. Al fin y al cabo, no creo que la pena por robar un helado sea muy grande. Y si no, que me quiten lo chupado.

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TERRAZAS

"Es usted muy amable y muy diligente, joven, pero nosotros aún no habíamos pedido nada", observa cortésmente el abuelete.
Aunque bienintencionado, el error de apreciación del anciano es notable. Cierto que el camata es amable, sí, pero es también lento como el cerebro de Rambo. Hasta el punto de que las consumiciones que les acaba de presentar habían sido pedidas hace apenas hora y media por la pareja que ocupaba esa misma mesa y que ha abandonado por K.O. técnico.
"¿Qué va a tomar?", me pregunta el meteoro tras anotar la comanda de sus nuevas víctimas.
- Tráeme una cerveza y un poco de fertilizante. Ahora que ya he echado raíces sería una pena que no llegara a brotar.
Cree que no queda fertilizante, me advierte, pero va a preguntar de todas maneras. Y se aleja veloz como un guepardo disecado. En el fondo es una suerte, su incapacidad para romper la barrera del sonido me permite entretener la espera escuchando las conversaciones de las mesas cercanas, mientras finjo leer atentamente la prensa.
"¿Ésa?", grazna alguien a mi espalda, "ésa lo único que quiere es el dinero. Si no ¿de qué se va a casar con él? con lo viejo y lo estropeado que está", remata. El resto de las chicas de oro suscribe de forma unánime la opinión de la víbora y comienzan todas a despellejar minuciosamente a los ausentes. Pero, oh dolor, justo cuando van a llegar a los detalles escabrosos, aparece un fulano con un acordeón y me revienta la radionovela. Además, otro individuo aprovecha el acompañamiento instrumental para interpretar con mucho sentimiento la inmortal balada "¿Un peyó 305 en doble fila?", que culmina con un vigoroso solo de bocina magistralmente ejecutado por el propio cantante.
La cerrada ovación que el público dedica a los artistas coincide con la aparición del camarero que, en su inocencia, cree que los aplausos van dirigidos a su persona. Nefasta confusión que le induce a hacer una solemne reverencia y, de paso, volcar la bandeja dejándonos sin las ansiadas privas. Lo mato. En cuanto el abuelete haya terminado de hacerle tragarse la bandeja, lo mato.

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VANGUARDIAS

"Se nota que el artista ha renunciado a toda ambición técnica o estilística", susurra a mi espalda la relaciones públicas de la galería, "buscando con el espectador una comunicación alternativa y purísima"
- Sin pecado concebida - murmuro entre católico rutinario y puro ratón de Pavlov - pero el artista tendrá que seguir buscando un rato más, porque llevo veinte minutos mirando este cuadro y no pillo nada.
La mujer se aleja dejando tras de sí un intenso aroma a desprecio, de Rochas. Y es que yo no tendría que estar aquí. Lo mío es el fúrbol. Soy impermeable a toda manifestación artística posterior al bisonte de Altamira. Además, yo no soy el redactor de las páginas culturales, así que yo - no - tendría - que - estar - aquí.
"Si no vas tú a esa inauguración, tengo que mandar a una becaria" dijo el redactor-jefe "y ya sabes que desde lo de Clinton tienen muy mala fama" añadió sonriente jugueteando con mi contrato y un mechero.
Me conoce y sabe que no tolero las amenazas, de modo que saqué pecho y tragué valientemente todo lo que me cayó. Un error de proporciones cósmicas, obviamente.
Desde mi aparición en la performance inaugural sólo he conseguido evitar el desastre provocando directamente el cataclismo. He confundido una "Estera polimorfa de orientación llana" con un simple felpudo, he dejado el paraguas en una "Metáfora excepcionalmente cóncava de la vagina" y - para acabar de cagarla - me he comido un canapé que formaba parte del collage titulado "... y Dios creó el caviar", valorado en medio millón de pesetas. Una ruina... con la acidez que me produce el pegamento.

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