MEDICINAS
"Tiene
usted un serio problema de vesícula. También tiene alguna disfunción en el
sistema linfático y sus bronquios están en muy malas condiciones. Le voy a
recetar unos productos homeopáticos que le ayudarán", resume con autoridad
dejando de apuntarme al ojo con su linterna.
- ¿Y podré
seguir fumando? - pregunto ansioso
Mi
impertinencia apenas provoca un gruñido por su parte mientras garabatea como un
sismógrafo sobre un papel en blanco. Odio que me ignoren, y más aún cuando pago
para que me hagan caso.
- ¿No va a
auscultarme? - tonteo poniendo carita de bueno - lo digo porque en el
ambulatorio me auscultan gratis, y como usted cobra ocho mil pelas por la
visita yo pensaba que me iba a auscultar. No es que me fíe, pero me da mucha
risa.
Esta vez mi
impertinencia surte un efecto inmediato. Eso y el hecho de que aún no le he
abonado el importe de la visita. El medicópata saca un fonendoscopio del cajón
de la mesa y se dispone a cumplir con su deber.
- Respire
por la boca - ordena
Mientras me
aplica el fonendo en el pecho, observo que las dos bolitas del ingenio
destinadas a alojarse en sus orejas siguen en su nuca.
- Si no se
coloca los cacharritos en las orejas estaré muerto, doctor - observo
agudamente.
La consulta
termina de forma abrupta. Eso sí: él con su minuta y yo con mi receta. Ya en la
farmacia, extiendo el papel con el remediograma trazado por el facultativo:
veinticuatro mil pelas por un mes de tratamiento. Prefiero morirme.
- Como es
para mi tío y yo soy su único heredero, dame una caja de aspirinas y métete las
hierbas y los minerales por el culo - improviso nervioso.
Compro
también una cajita de Juanolas para apaciguar al boticario y salgo corriendo a
gastarme en cosas malas para la salud todo el dinero ahorrado en cuidarla. Y es
que donde esté la medicina tradicional...
****************************************
DISCOTECAS
El volumen
de la música es atronador. Por suerte, los destellos de las luces son tan
intensos que a la sordera se une la ceguera, lo que te coloca en una situación
de privilegio para acabar vendiendo cupones. Ahora entiendo que mi ex no me ha
citado en una discoteca para hablar de lo nuestro, me ha citado para no hablar.
En la barra veo a una muchacha de medidas imposibles. Al cabo de un rato de
acecho, mi éxito es total: la chica se larga a la pista con un Tarzán mucho más
joven que yo, ocasión que aprovecho para adueñarme del metro de barra que
estaba persiguiendo. Sólo me amohína el hecho de que no sé qué tomar. Me da la
sensación de que si pido un café me van a escupir. Decido inclinarme por el
whisky, esperando que no lo consideren demasiado anticuado.
- Un Yoni
Gualker, por favor - solicito aprovechando que el camarero está a mi lado.
"...dón ¿...om ...ice?", farfulla el barman
entre el marasmo de decibelios.
Hago un
segundo intento en el que pongo en juego toda mi garganta, obteniendo similares
resultados: el muchacho se señala las orejas mientras menea sonriente la cabeza
en un gesto negativo. O no me oye o se ha puesto a bailar. Decido ser práctico,
arranco una hoja de mi agenda y le paso una escueta nota. "Jhonny
Walker", escribo.
Lee la
nota, me mira, duda, se aleja en busca de un boli, vuelve a mirarme, escribe y
finalmente me devuelve otra nota que dice así: "Se escribe 'Johnnie', y no
tenemos de eso ¿Quiere tomar otra
cosa?"
No soporto
a los listillos, pero siempre me ha parecido de pésima educación echarse a
llorar en una barra, así que opto por señalar el vaso del jovencito que está a
mi lado. No debería haberlo hecho, quinientas pelas por un botellín de agua
mineral es un error insípido, incoloro e inodoro, pero no indoloro. Necesito
una dosis razonable de venganza, y tengo la suerte de recibirla en ese mismo
momento vestida de ex mujer. Tras unos civilizados besos (de Judas por mi
parte) y unos inaudibles saludos, le grito al oído que me pida un whisky
mientras voy al baño. Ya en la calle, busco un taxi y me alejo rápidamente de
allí. Espero que el enterao la trate bien, así quizás se conforme sólo con
sacarme los ojos, en lugar de matarme.
****************************************
MARCIANOS
"De
verdá que no te vas a creer lo que me ha pasado", me dice con aparente
excitación.
- De eso
puedes estar seguro - respondo malhumorado. Dos horas y media de espera agrian
un poco mi carácter, ya de por sí predispuesto a la hostilidad. Pero como la
violencia física no conduce a ninguna parte, me preparo pacientemente para una
excusa con forma de relato fantástico.
"Pues
justo cuando venía paquí, nesa partelavariante quenunca pasanidiós,
mesachaoncima un platillo volante", se aturulla.
Pienso que,
más que un platillo, fue toda una vajilla volante lo que a este muchacho le
acertó en la nuca cuando era pequeño. Y un impacto así siempre deja secuelas.
- Y te han
rozado la furgoneta con el láser y habéis estado hasta ahora con los papeles
del seguro ¿no? - bromeo en un intento de calmarlo y acabar de una vez.
"Notescojones
quesverdá, copón", se ofusca "questaonlanave y toalaostia"
- ¿Quieres
decir que te han abducido? - pregunto con fingido interés
"No.
Esonó porquesón muestrechos enlosesual. Perostao nel osni"
Hace cinco
minutos sólo tenía ganas de estrangularlo, pero ahora no puedo evitar la risa
floja.
"¡Quenotescojones,
joer! ¿Quetunocrés caya vidanteligente notros planetas?", se defiende
poniendo morritos.
- Puede que
haya vida, pero si te han escogido a ti como objeto de estudio, no es
inteligente, de eso estoy seguro - replico poniéndome serio - Y vale de cuentos
¿Has traído lo mío?
"Esloquetequería
decil. Conel sustodelosmarcianos, medejao lamandanga nelsalpicadero delofni
ese", se disculpa.
Sólo espero
que alguien, sea del planeta que sea, llegue a tiempo de sujetarme, porque de
lo contrario, cuando acabe con él, yo también seré abducido por un vehículo con
muchas lucecitas en el techo y mucho ruido de sirenas.
****************************************
DEGUSTACIONES
"¿Le
apetece una copita de cava?", me sugiere una muñeca vestida de azul, con
su camisita y su Codorniú.
- Pues
claro que sí, bonita - respondo baboso - lo que no sabía es que hubieran puesto
un servicio de descorche en este híper.
La niña
ignora mi comentario. Supongo que el término "descorche" es ajeno al
vocabulario de su generación. Mejor, no me apetece tener una sucia pelea con
una desconocida. Vacío mi copa y sigo mi camino.
"¿Quiere
un trocito de turrón?", susurra a mi espalda un clon de la chica anterior.
Suspiro profundamente
mientras acepto su pedacito de colesterol. Es algo que me ocurre todas las
navidades: mi rancia educación me impide despreciar la invitación de una mujer,
así que soy víctima de todas las inevitables degustaciones presentes en los
centros comerciales por estas fechas. El problema es que, llevado por la
inercia, en la sección de cosméticos me he metido un pelotazo de Massimo Dutti
que aporta a mi úlcera una irresistible fragancia, al tiempo que mina mi
cerebro con su fresco aroma. Si no me cuido un poco, esto puede terminar mal.
"¿Me
permite que le muestre estas nuevas figuras para el belén?", ataca otra
promoción.
Obediente y
silencioso, me como el San José, la Virgen, la mula y el buey. Me guardo el
niño para postre porque un escuadrón de monjitas y la propia azafata han
comenzado a mirarme de forma extraña. Opto por una maniobra de evasión limpia y
rápida, en busca de una zona libre de invitaciones.
"¿Le
gustan los polvorones?", deja caer suavemente otra voz femenina. Me rompo,
claro. Tenía que ocurrir. Por fortuna, los chicos de seguridad consiguen
trincarme mientras cuelgo los pantalones en un perchero de oferta. La chica de
La Estepeña me mira sin comprender. Mi mujer me va a matar por volver sin el
paquete de azúcar. Y es que un hombre educado y solícito está perdido en estos
tiempos.
****************************************
ZONAZUL
"Disculpe
¿este coche es suyo?", inquiere con corrección el uniformado.
- Lo
tenemos cinco años a medias entre el banco y yo - respondo jocoso - pero me
dejan usarlo mientras no lo raye mucho.
Inasequible
a mi campechanía y mi agradable trato, el agente extrae una libreta y un boli
de uno de los muchos bolsillos de su uniforme.
"Lo
siento, pero tengo que denunciarle", expone circunspecto.
- ¿¡Cómo lo
hace!? - exclamo intentando ganar tiempo.
Mi pregunta
pilla a sus neuronas a contrapié, lo cual me proporciona unos segundos
preciosos para preparar mi defensa mientras él reorganiza las ordenanzas que
revolotean bajo su gorra.
" Cómo
hago... ¿qué? - se interesa al regresar.
- Lo de
encontrar las cosas a la primera - le explico asombrado - yo sólo tengo cuatro
bolsillos y tengo que mirar en todos para encontrar el mechero. Y usted tiene
más departamentos que el tocador de la Barbie y lo saca todo a la primera y sin
mirar. Es increíble.
"Buenooo...
No tiene importancia...", se ruboriza, "es cuestión de disciplina.
Entrenamiento y disciplina ¿sabe?”
Tengo que
seguir por este camino. El efecto sedante del primer halago no va a durar mucho
más...
"¿Me
da su documentación, por favor?", acierto en mis augurios.
"¡Moooooc!",
escandaliza una oportuna bocina.
- ¡Qué
vergüenza! - aprovecho indignado - Todo un Mercedes que no deja salir a dos
coches e impide pasar al bus. Y nadie hace nada.
Tras unos
segundos de duda, triunfa la llamada del deber y la autoridad competente
traslada su placa a la zona del conflicto, circunstancia que aprovecho para
sacar mi coche y eludir la multa. Lo siento por el del Mercedes, pero es que si
viviera en esta época y tuviera coche, Judas sería un simple aprendiz.
****************************************
VIDENTES
"Las
primeras cartas revelan que eres una persona de carácter tenso... tu infancia
no fue muy feliz y tus relaciones sentimentales no funcionan actualmente como a
ti te gustaría", susurra el oráculo concentrándose en sus sebosos naipes.
Admito
sonriente ese vago perfil, que podría apenas adecuarse a unos cientos de
millones de personas, y decido ir al grano.
- Te
agradezco la biografía, pero he venido para saber algo de mi futuro inmediato.
Omito
decirle que, de ese futuro, yo mismo puedo anticipar que sé que, en el aspecto
monetario, mi liquidez no será la misma cuando acabe esta consulta. Eso sería
competencia desleal.
"Pues
vamos a ello", refunfuña ofendido revolviéndose en su túnica.
"Las
cartas" continúa "dicen que estás atravesando un mal momento en lo
económico... aunque también veo que vas a disfrutar de una gran ocasión para
obtener efectivo de forma rápida y sencilla..."
- ¿Y de problemas con la justicia?... ¿No dicen nada las cartas? - inquiero
realmente interesado.
"Pues
no...", responde sorprendido pero orgulloso por mi nueva fe, "apenas
aparece un pequeño tropiezo que sabrás solventar sin dificultades".
- Pues no
sabes cómo te agradezco esta información - suspiro aliviado - Y ahora, si me
haces el favor de darme toda la pasta que tengas en casa antes de que te vuele
la cabeza... - añado con educación apuntándole con mi 38 de pega recién
comprado en un bazar.
El vidente
atiende mi requerimiento con la solicitud y la presteza que yo había previsto;
y se deja atar, amordazar y encerrar en el ropero tal como yo había intuido que
haría. Súbitamente, mi recién adquirida clarividencia me acojona y me revela
que debo cambiar de vida y montar un consultorio como adivino. En algún sitio
donde no me vean venir, claro.
****************************************
1003
A Tip. Por las risas.
"Bienvenido
al servicio de información de telefónica", dice mecánicamente una voz
digital.
"Buenas
tagrdes", añade con tedio gangoso una voz real que, no obstante, se
expresa con la misma mecánica desgana.
- Nastardes
- abrevio para economizar - quiero un teléfono de Madrid. Restaurante Cuatro
Esquinas, en Luch...
"¿Ha
dicho Madgrid?", me interrumpe la operaria.
Es algo que
detesto profundamente. Si me cortan en mitad de una frase tengo que contar
hasta trece para que mi presión sanguínea vuelva a su nivel normal. Sin
embargo, con lo que cobran por sus servicios estos mercenarios de las
comunicaciones, ése es un lujo que no me puedo permitir. Unodostrés y respondo.
- Sí, he
dicho "Madrid". Y también he dicho "restaurante", "cuatro"
y "esquinas" - me extiendo irritado. Casi escocido.
"O
sea, que quiegue el teléfono de un grestauguante de Madgrid Y ¿sabe cómo se llama?"
-
Ernesto ¿y usted? - me arrastra mi
rutina de seductor de Hollywood.
"Abelagrda",
ganguea primorosa, "pero yo me grefeguía al nombgre del
grestauguante".
-
Cuatgrosquinas - me aturullo volviendo bruscamente a mi papel de usuario con el
díptero ubicado tras el pabellón auditivo.
" Y la
digr..."
-
Luchanatgrentiséis - me anticipo a sus deseos - Abelagrda.
Añado
mimoso su nombre para dejar entrever mis nobles intenciones. Y es que la amo.
Ahora comprendo que soy suyo desde que ha pronunciado ese "¿ha dicho
Madgrid?", con la sensualidad de una gamba y casi la misma inteligencia.
"Anote
pogr favogr", susurra mi dama.
-
¡Abelagr...! - exclamo suplicante
"El
número solicitado es... nueve... uno...", regresa mecánicamente la voz
digital.
La he
perdido. En dos días he perdido un llavero en un restaurante y a la mujer de
mis sueños en un teléfono. Es más de lo que puedo soportar. Mientras chupo la
goma anaranjada de la bombona de butano no logro contener las lágrimas ¡Cómo me
hubiera gustado tener un llavero nuevo que se llamara Abelarda!
****************************************
TACTO
“¿Puedo
ayudarle?”, me dice la sonriente dependienta con amabilidad profesional y un
deje de prudente mosqueo.
Supongo que
le llama la atención ver a un hombre solo mirando modelitos en una boutique
femenina. Sobre todo si ese hombre, a pesar de sus esfuerzos por parecer
natural y desenvuelto, trasluce la misma incomodidad y nerviosismo que una
monja en las duchas de un cuartel.
- Pues
quizás sí - contesto inseguro - el caso es que tengo un cumpleaños y me
gustaría regalarle ropa, para variar.
“¡Uy. Pues
me parece una idea estupenda!”, exclama entusiasmada y súbitamente relajada “¿Y
es una chica joven?”
- No.
Treinta y cinco años - me deslizo inconsciente. Caigo en la cuenta de que quien
me atiende tiene más o menos esa edad. Y su mirada refleja que no considerarla
todavía joven es un error peligroso.
- ¿Podrías
enseñarme aquél? - solicito señalando un vestido imposible que cuelga solitario
de un perchero, en un intento de desbloquear la situación.
Mi elección
parece satisfacer sus gustos, al menos lo suficiente como para rebajar su nivel
de aborrecimiento hasta unos límites razonables.
“Le gusta
vestir informal ¿verdad?”
- Para su
edad, sí - tropiezo nuevamente.
Estoy
tonto. Sólo la tradicional obligación comercial de acceder a los deseos del
cliente me salva montáneamente de la degollina y sirve, de paso, para que ella
descargue adrenalina taconeando vigorosamente en su viaje hasta el perchero y
su amenazante regreso al mostrador.
- Vale, es
muy bonito. Me lo llevo - me precipito buscando evitar el estallido violento
del conflicto.
“¿Qué talla
tiene la chica?”, pregunta silabeando y masticando la palabra “chica”.
- No sé...
- dudo atrapado. Debo proceder con cautela. La miro de arriba abajo para
utilizarla como referencia en el asunto de la talla, pero temo ofenderla...
“¿Más o
menos como yo?”, se adelanta por sorpresa.
- De altura
sí, pero ella no está tan gorda - vuelvo estúpidamente a las andadas.
“¿Qué te ha
pasado en el ojo?”, me pregunta el de la tienda de discos.
- Que
intentar vestir a una mujer puede ser más peligroso que intentar desnudarla. Y
ahora vete a tomar por el culo y ponme el último de Serrat para regalo, por
favor - respondo con refinada urbanidad. Debería comprar también un ramo de
rosas, pero me da tanto miedo que prefiero llamar a Interflora.
****************************************
RECUERDOS
- Hola,
buenas noches - verborreo arrebatado como el joven que hace tiempo dejé de ser.
“Grumpfgrñé”,
replica el dueño de los remos que han cogido mi entrada. Mientras Maguila rasga
el carísimo papelito, un empujón me precipita al interior del polideportivo. El
primate, sin embargo, llega a tiempo de poner una de sus manazas en mi pecho
mientras mis gafas se adelantan a coger sitio.
“¿Tayudo,
buelete? ¡Jurl, jurl!”, ronca fatuo el simio. Sólo sus casi dos metros de
altura, sus doscientos kilos en canal y un tatuaje en su puño derecho (“apártate
o muere” reza el dibujito), impiden que me deje dar una mano de hostias y lo
mande al talego por homicidio involuntario. Recojo mis queridas antiparras del
suelo y me entrego a la casi olvidada búsqueda de un sitio. No recuerdo el
motivo, pero hace tanto tiempo que no voy a un concierto que he olvidado cómo
encontrar un hueco donde el culo y las orejas no protesten a la vez.
“¡Uy!
Holaaaa...”, canturrea a mi vera una voz vagamente familiar. Es ella, claro.
Desde que nos separamos hace quince años no la había vuelto a ver. Y lleva la
misma ropa que entonces.
- ¡Caramba.
Cuánto tiempo! - improviso con fingido entusiasmo - Es increíble. No has
cambiado nada - culmino hipócrita con un cumplido envenenado. Me presenta a su
acompañante, el ex marido de la ex compañera de su ex amante, que no es otro
que el ex novio de la ex mujer de mi ex jefe.
-
Ex-traordinario - ex-clamo poseído por el vértigo - Oye, ese vestido aún te
queda muy bien - emponzoño.
“Sí. A mí
todavía me cabe la ropa de entonces”, detalla sibilina.
- Pues te
felicito. A mí lo único que aún me cabe de aquellos tiempos son los condones. Y
ahora me tienen que coger los bajos en la farmacia porque me van todos largos.
Una
avalancha de viejos conocidos evita que lo abiertamente desagradable vire hacia
lo resueltamente violento. Esquivo media docena de besos con aroma a naftalina
Gran Reserva y me planto en el bar, solicitando asilo. En el escenario, el
veterano artista aprovecha una canción desechable para que la banda afine. Sigo
sin poder recordar por qué hacía tanto tiempo que no venía a un concierto. Unas
cañas más tarde, veo a mi ex loquesea bajando las escaleras de la grada. Sobre
ella, peligrosamente parado al borde del último peldaño, el KingKong que me ha
llamado “buelete” vela por el buen orden del evento. Mi fingido tropezón
precipita los acontecimientos y, por fin, recuerdo el motivo de mi inasistencia
a estos eventos. La respuesta no está flotando en el viento, como pretende el
desmayado cantante desde su palestra. No, la respuesta está rodando escaleras
abajo mientras yo enciendo el mechero para estar a tono con el ambiente.
****************************************
INTERCAMBIOS
- Oye ¿y
esto es todo el rato así? - pregunto a mi acompañante.
“¡Chissst”,
obtengo como toda respuesta. Y ni siquiera me mira, suficiente él desde su uno
noventa tan germano y tan superior. Más vale que el intercambio termina dentro
de una semana y se llevarán al Helmut éste para devolverme al tonto de Manolín,
mi hijo, que no es que valga gran cosa, pero al menos lo puedes llevar de bares
y no te arrastra a vernisages minimalistas. Y además es mío, qué coño.
El pianista
insiste en repetir obstinadamente la misma frase con la que hace veinte minutos
inició el recital. Por su parte, algo esférico y oscuro que recuerda vagamente
a una soprano aúlla simultáneamente mensajes monosilábicos, todos ellos
encriptados, en varios idiomas. Es posible que sea ventrílocua o que esté
grabado, aunque me inclino a creer que se trata del Misterio de las Voces
Búlgaras envasado al vacío en la túnica de luto de Demis Roussos. Me aburro.
-
¿Helmut... falta much...? - trato de susurrar
“¡Chhhisssst!”
- ordena el ario pisando con precisión militar el final de mi frase.
Volvemos a
estar como al principio. Intento distraerme observando la labor del
violonchelista que acaba de ponerse a la faena, pero es inútil: si el hombre
cobra por número de notas ejecutadas lo veo chupando palitos de merluza como
toda cena. Haciendo un cálculo rápido obtengo como resultado que le hubiera
salido más rentable mandar su parte al
pianista en una cassette, o incluso dejársela grabada en el contestador
automático. Me aburro más.
- Oye
Helm...
“¡Chhhissssstt!”, impone silencio rápidamente el alemán.
Es el
último año que me arriesgo a otro intercambio. Primero fue un yanki que le
mangó el treinta y ocho a un guardia jurado porque no podía dormir sin una pipa
debajo de la almohada. Luego llegó el punki londinense al que hubo que
cloroformizar para poder ducharlo. Y ahora esto. No es que la otra parte se
haya llevado un tesoro con mi Manolín, pero él tiene la ventaja de que es
pacífico, es limpio y con un paquete de ganchitos y una Gameboy te olvidas de
él para todo el día... ¡Si será borde el Helmut, que me está haciendo añorar al
único vegetal de mi casa que no tiene maceta!
Estoy a
punto de indignarme. Sin embargo, el pianista, la soprano y el violonchelista
tienen un compinche armado con un fagot cuyos efectos me reducen a un estado de
perplejidad amodorrada prácticamente irreversible. La pesada y profunda
respiración de mi otro vecino de butaca acaba con cualquier tentativa de
resistencia. Echo una última mirada al Helmut de los cojones, apoyo la cabeza
en el hombro del durmiente y me entrego sin reservas al sueño. Lástima de la
almohadita hinchable que se llevó el tonto de Manolín...
****************************************
PRIMITIVA
“Pon el
36", susurra una voz por encima de mi hombro.
- Perdona
¿cómo dices? - pregunto sorprendido mientras me giro buscando al intruso.
“El 36. Sus
dos cifras suman nueve. Y si las multiplicas sale 18, que es el doble de 9. Y
las dos cifras también suman 9. Tres nueves, el número de la Bestia”, expone
esotérico.
Aritméticamente,
su argumento es incontestable. Por otra parte, no consigo recordar si el
legendario número de la Bestia está compuesto por tres nueves o por tres
seises. Pero ahora que lo tengo enfrente esos detalles carecen de toda
relevancia. El tipo me mira fijamente con uno de sus ojos, mientras el otro
explora el firmamento en busca del cometa Haley. Una mirada que me desconcierta
casi tanto como su pelo cortado a serrucho o su indefinible olor a sándalo
caducado mezclado con coliflor hervida y orujo asesino.
“Además el
36 ha salido nueve veces en dieciocho sorteos eso es un cincuenta por ciento de
probabilidades ¿tienes un cigarro?”, asesora y gorronea sin pararse a respirar.
Abro el estanco
y voy cerrando la boca (la tengo abierta como un idiota desde que hemos
iniciado nuestro monólogo)
- Vale.
Oye.. pueees... muchas gracias ¿eh? - aprovecho mientras se enciende el
pitillo.
“Aún te
faltan cinco números pá poner”, reacciona esquivando mi despedida “¿te los
digo?”
El camarero
se ha largado a reírse a la cocina, así que no puedo esperar refuerzos por ese
lado. Y los necesitaría, porque mi interlocutor podría acojonar a Charles
Manson armado sólo con una goma de borrar.
- Bueno,
mira - reacciono levantando un poco la voz para darme confianza - estoy
haciendo mi Primitiva y la voy a pagar con mi dinero, así que la quiero hacer
yo solito ¿vale?
El fulano
baja la vista, al menos con uno de los ojos, y emite algo parecido a un
suspiro.
“Pues si no
quieres hacerte rico, me voy”, murmura entre pucheritos
- ¿Y por
qué no rellenas tú un boleto y te forras y te compras tabaco? - intento
machacar abusando de mi presunta cordura.
“Porque si
uso la magia los brujos de la Zona Oscura me descubrirán y me convertirán en un
sapo”
Mi lado
cruel piensa que, considerando su aspecto actual, lo del sapo no es una mala
oferta. Mi lado sensible, afortunadamente,
llega a tiempo de taparme la boca. Le paso el boleto y el boli. Y si
toca, mi lado sensible le comprará un paquete de Camel mientras mi lado cruel
se tuesta en Jamaica.
****************************************
COLAS
- Perdone
¿Lleva usted mucho tiempo aquí? - pregunta nervioso el fulano que se ha situado
detrás de mí en la cola de la declaración de la Renta.
“Más que
Osasuna en segunda”, respondo gracioso. Y debo decir que también imprudente,
porque el torrencial llanto que le provoca mi respuesta presagia uno de esos
inauditos desahogos verbales que - no sé por qué - personas a las que jamás he visto se empeñan
en practicar conmigo.
- ¡No me lo
recuerde! - solloza el infeliz confirmando mis temores - ¡Si ya casi estábamos
en Primera!
Detesto ver
a un hombre llorar, pero no puedo matarlo delante de tantos testigos, lo que me
obliga a buscar argumentos que le devuelvan la calma y, si es posible, el don
divino del silencio.
“Mírelo por
el lado bueno”, digo al fin, “las entradas son más baratas en Segunda. Ver los
partidos de Primera le hubiera costado un pastón”
- ¡No me
hable dinero! - clama con renovado y lagrimeante entusiasmo - Encima la
declaración me ha salido positiva.
“¡Como mi
test de embarazo!”, exclamo sonriente.
La repuesta
no le tranquiliza, pero le confunde lo suficiente como para interrumpir su
llanto y sus clamores. Ahora me mira como si hubiera visto a un entrenador
bailando un bolero con un árbitro, agarraditos los dos, espumas y terciopelo.
Resuelvo darle sutilmente la espalda y aprovechar su aturdimiento para fingir
un atento vistazo a mis papeles fiscales. Mi misantropía es de manual, pero en
casos de tipos que fían casi toda su felicidad a lo que veintidós piernas
carísimas y ajenas puedan hacer con un balón, se agrava.
“¿Y usted
cree que el año que viene subiremos?”
Teniendo en
cuenta su fidelidad al equipo, debería haber previsto que el fulano es
inasequible al desaliento. Y eso es lo que realmente me enoja: que habiendo
equipos como el Barcelona (el mío desde la escuela, porque eso es jugar a
fútbol) aún queden ingenuos sueltos.
****************************************
CHANFIMÍN
El
matrimonio maduro intenta hacerse discretamente - pero por la vía de los hechos
- con mi trozo de barra, algo que no me importaría demasiado si los trozos de
barra despejados abundaran. Pero en estas fiestas hay superpoblación en todos
los bares, así que cada centímetro de mostrador vale como un kilo de uranio, lo
que provoca que la guerra sea a muerte. Silenciosa, amable y educada, pero a
muerte.
“¡Uy,
perdone!”, exclama la señora tras clavarme el tacón y meterme simultáneamente,
con sorprendente virtuosismo, el abanico en el ojo.
Mientras
murmuro un nohasidonada, desplazo mi brazo extendido de izquierda a derecha, en
un gesto torero que abarca los cuatro palmos de barra que deseo reconquistar
junto con mi copita de champán. De paso, tontamente, consigo que su caña se
vaya a hacer compañía a las manchas de sudor de la camisa de su marido.
- Dañosh
colarelatesshh - arrastro con torpeza mis explicaciones, ebrio de otanismo y
caldos espumosos. Es el mayor inconveniente de los vermús interminables: se
gana diversión, pero se pierde claridad en la comunicación. Hasta el extremo de
que el buen hombre se acerca a mí con un gesto que consideraría hostil, si no
fuera porque sé que sólo quiere que le reitere mi explicación, cosa que hago en
sus propias narices. Mi segunda intervención lo detiene, y mi aliento hace el
resto. Mientras su esposa le levanta la cabeza, lo abanica, me insulta y llama
a un guardia y a un médico, todo a la vez, yo opto por levantar el vuelo
desconcertado por la portentosa capacidad multitarea de la mujer. La cambiaría
por mi ordenador portátil, si supiera dónde coño lo he dejado.
Ya en la
calle, pienso que tal vez haya llegado el momento de prestarle a mi cama la
atención que se merece. Si espero más, se moverá rencorosa cuando me acueste,
sólo para marearme recordándome que no puedo vivir sin ella... La decisión está tomada.
“¡Coño,
tío!”, exabruptea un fulano grandote rodeado de otros como él, “¿Cómo no
viniste a la comida de antiguos alumnos de Escolapios?”.
Debería
decirle que yo estudié en los Maristas, pero no tengo corazón para
decepcionarlo.
- Trabajo -
me justifico - ¿Champán? - sugiero. Y vuelta a empezar. Si no consigo tener más
fuerza de voluntad, estas fiestas acabarán conmigo.
****************************************
AUSENCIAS
“Pues ya lo
siento pero él no vuelve hasta el día trintiuno”, pedorrea la suplente de la
eventual que estaba en lugar de la sustituta de la secretaria habitual (cuya
baja maternal acaba de salir en el Libro Guinness de los Records)
- Ya.
Bueno... - trato de contenerme - ¿Y tú no podrías buscar ese informe y
enviármelo por fax?
“Sin su
autorización, no. Deverdá. Lo siento, deverdá. O sea. De verdá”, deverdea la
pazguata.
Las
vacaciones ofrecen siempre esa oscura contradicción: cuando es uno mismo el que
las disfruta son el mejor invento de la historia después de la cama; cuando son
los demás los que, siguiendo el ejemplo de las tortugas, han ido a poner sus
huevos en la playa mientras tú bajas a la mina, las vacaciones se convierten en
el cáncer que acabará con nuestra sociedad. Cuelgo, o sea deverdá, el teléfono
e intento buscar alguna alternativa. La encuentro. Descuelgo el auricular. No
hay línea. La situación es desesperada y obliga al dispendio de llamar con el
móvil al Servicio de Averías.
“Bienvenido
al Servicio de Información de Telefónica. Le atiende Néstor Tura ¿en qué puedo
ayudarle?”, me sorprende un aterciopelado fulano
- ¡Mierda!
- resumo tenso
“Mierda...
¿en qué ciudad? ¿es una empresa o un particular?”, prosigue impertérrito.
Necesito
romper algo para calmarme. Pero algo que se ajuste realmente a mi fortaleza
física, a la magnitud de mi cólera y a la solvencia de la empresa. Parto un
lápiz por la mitad y retuerzo un clip hasta que le oigo suplicar. Anoto los
destrozos en la cuenta de Imprevistos y descuelgo nuevamente el auricular con
la lejana esperanza de tener un poco de suerte. La tengo: hay línea otra vez.
Nervioso, tecleo los nueve dígitos de mi última oportunidad.
“Hola. Éste
es nuestro contestador automático. Si estás hablando con él, eso quiere decir
que nosotros estamos de vacaciones y tú no. Cuando escuches la señal... jódete”
Adoro el
sentido del humor. Hasta el extremo de que me permito bromear sobre el
promiscuo historial sexual de la madre del autor del mensaje, antes de colgar.
Creo que es mejor que me vaya a casa a meter la cabeza en el microondas un par
de días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario